[El ejercicio consiste en escribir un texto compuesto de tres párrafos; el primero, con un ritmo lento, el segundo, con ritmo rápido, y el tercero, con ritmo lento otra vez. El texto ha de tener sentido y el cambio de ritmo debe ir justificado por la narración.]
La terraza, repleta de personas sentadas en sus sillas de aire ‘retro’, estaba situada bajo el sofocante calor del mes de agosto, en el cual suelo coger las vacaciones. Aquel año, sin embargo, María y yo no habíamos podido salir de viaje, puesto que Fernando, nuestro hijo mayor, estaba castigado sin salir de casa por sus malas notas y, por tanto, también nosotros, padres ejemplares que renuncian a su merecido descanso con tal de educar como deben a su primogénito, en el que apoyan siempre sus propias frustraciones, inocentes víctimas del sistema, me decía ella desde hacía dos horas, mientras el sol calaba en mi cabeza sin escapatoria, cuando, de pronto, vi cómo Vanessa pasaba por delante.
Tan guapa como siempre. O más. El corazón me latía más rápido que nunca. Me miraba. Nos miraba. No podía creerlo. Iba a hacerlo. Iba a delatarme. Le contaría a María toda la verdad y sería el fin. Fernando ya nunca sacaría buenas notas. Su padre sería un putero y su madre una cornuda. Pero, ¡estaba tan guapa! Vanessa, Vanessa… Notaba cómo los nervios crecían en mí. Y no sólo los nervios. Me estaba provocando. Se tocaba el escote desde ese árbol. No podía más. O paraba o esto se acababa. Se acababa ya. Tendría que contárselo yo. Cosas que pasan, ¿no? La vida, diría. Es la vida. Pero, ¿cómo? Vanessa ya no estaba. Debí despistarme un segundo, sólo uno. La quería allí. Pero no debía quererla. No estaba. Suspiré. Qué alivio.

Candela Martín
No hay comentarios:
Publicar un comentario