martes, 16 de febrero de 2010

Ejercicio: "Cambio de ritmo". Asignatura: Técnicas de la Inspiración.

[El ejercicio consiste en escribir un texto compuesto de tres párrafos; el primero, con un ritmo lento, el segundo, con ritmo rápido, y el tercero, con ritmo lento otra vez. El texto ha de tener sentido y el cambio de ritmo debe ir justificado por la narración.]

La terraza, repleta de personas sentadas en sus sillas de aire ‘retro’, estaba situada bajo el sofocante calor del mes de agosto, en el cual suelo coger las vacaciones. Aquel año, sin embargo, María y yo no habíamos podido salir de viaje, puesto que Fernando, nuestro hijo mayor, estaba castigado sin salir de casa por sus malas notas y, por tanto, también nosotros, padres ejemplares que renuncian a su merecido descanso con tal de educar como deben a su primogénito, en el que apoyan siempre sus propias frustraciones, inocentes víctimas del sistema, me decía ella desde hacía dos horas, mientras el sol calaba en mi cabeza sin escapatoria, cuando, de pronto, vi cómo Vanessa pasaba por delante.


Tan guapa como siempre. O más. El corazón me latía más rápido que nunca. Me miraba. Nos miraba. No podía creerlo. Iba a hacerlo. Iba a delatarme. Le contaría a María toda la verdad y sería el fin. Fernando ya nunca sacaría buenas notas. Su padre sería un putero y su madre una cornuda. Pero, ¡estaba tan guapa! Vanessa, Vanessa… Notaba cómo los nervios crecían en mí. Y no sólo los nervios. Me estaba provocando. Se tocaba el escote desde ese árbol. No podía más. O paraba o esto se acababa. Se acababa ya. Tendría que contárselo yo. Cosas que pasan, ¿no? La vida, diría. Es la vida. Pero, ¿cómo? Vanessa ya no estaba. Debí despistarme un segundo, sólo uno. La quería allí. Pero no debía quererla. No estaba. Suspiré. Qué alivio.

Antes de mirar de nuevo a María, que continuaba hablando como si no hubiera notado nada, detuve mis ojos durante unos minutos en la cerveza que tenía delante; suave, espumosa, fresca aún e inocente ante lo que acababa de ocurrir, aunque, como yo, sabía que en poco tiempo habría terminado, pero no era el momento de que ella se enterase de lo mala persona que es su marido, ese hombre al que no hace tanto dio el ‘sí quiero’ porque él se lo había pedido, ese loco enamorado del que no podía deshacerse y con el que no iba a tener nada más que una amistad porque no le amaba, sólo le tenía cariño, y entonces volví a pensar en Vanessa y terminé lo que quedaba de un sorbo, un sorbo eterno y un sorbo último que no daba espacio al siguiente, porque no había siguiente sin él, porque el siguiente, si cabía, era el vacío de su oscuro y empañado fondo.

Candela Martín

No hay comentarios:

Publicar un comentario