martes, 16 de febrero de 2010

Ejercicio: "Un instante y toda una vida". Asignatura: Técnicas de la Inspiración

[Para la asignatura de Técnicas de la inspiración, la profesora nos encargó hablar sobre un instante en 3/4 de folio, y sobre toda una vida en un máximo de 5 líneas]




INSTANTE



Cuando me quise dar cuenta, ya no había vuelta atrás. Mi ceño se frunció, mi puño se apretó, sangrando la línea de la vida de mi mano con las uñas. ¿O era la línea del amor?


Ella gritaba y tenía los ojos desorbitados. Apenas fue un segundo. Tan rápido, tan fácil. Con toda mi rabia, aquélla que desconocía hasta entonces, desplegué mi enfado contra ese rostro tierno que se había vuelto amargo. El puñetazo salió de mí como un niño travieso, sin respetar las normas de la lógica, sin acordarse ni por un segundo del amor, de la decencia, de la realidad. Nunca hasta entonces mi cuerpo se había pronunciado de ese modo contra mí; nunca así. Laura nunca lo hubiera soportado. Algo incomprensible, inesperado, pero tan cierto como aquel gesto desconcertado, aquella última caída de Laura que duró lo que tarda un pájaro en elevar el vuelo cuando se acerca un depredador. Y, a la vez, lo que tarda un hombre en destruirse a sí mismo. Una eternidad.



No sentí dolor. Es un cuento que ardan los nudillos nada más hacerlo. Simplemente, no pude quitar la vista de encima a aquel cuerpo que todavía palpitaba, mientras mi piel seguía cubriéndose de rojo. Sabía que su corazón latía. Su pecho, aquél que había deseado suciamente durante tanto tiempo y que nunca me fue entregado, bombeaba vida, una vida que se escapaba entre mi mirada incrédula y cobarde. Pero Laura no lo era. No lo fue cuando gritó, ni cuando recibió el golpe. Tampoco quiso serlo cuando se abandonó para, a su vez, abandonarme a mí, en la más absoluta soledad y valentía.
Yo nunca pude dejar de serlo. Ni siquiera cuando, aun sabiendo que todavía vivía, abrí la puerta como si aquello hubiera sido un mal sueño. Cuando cerré la esperanza de ser feliz junto a ella, aunque sólo fuera por un instante, hasta que mi libertad se esfumara para siempre.


UNA VIDA

Margarita está en el infierno. Al menos, para ellos. Y eso que tuvo los doce hijos que Dios había dispuesto. Que había sido capaz de llegar virgen al matrimonio, de hacer apostolado, de dar felicidad a su marido en la cama y en el plato, y de ganarse el cielo en cada misa. Pero aquella soga fue más fuerte que todo lo que el Señor quiso saber de ella hasta el momento en el que decidió rendirse.


Candela Martín

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