martes, 16 de febrero de 2010

Ejercicio: "Un microrrelato que utilice las técnicas del género de terror". Asignatura: Lectura Crítica.

Llovía. Santiago no daba tregua en otoño. Ya estaba acostumbrada; demasiados años bajo las frías y afiladas gotas de sus mañanas, sus tardes y sus noches. Pero aquel atardecer no iba a salir de casa. Estábamos en pleno mes de febrero y los exámenes se avecinaban, por lo que me puse la bata y me senté en el estudio, completamente dispuesta a tragarme todo lo que los libros me ofrecieran. Hasta aquí todo normal. No esperaba que en pocos minutos fuera a acontecerme el suceso más terrorífico de mi vida. Un suceso tras el cual no habría vuelta atrás, tras el cual no habría más inocencia. Tras el cual, Pipa y yo no volveríamos a ser las de antes.


Pipa, mi cocker spaniel, se acurrucó en su camita muy cerca de donde yo posaba los pies, bajo la mesa de estudio. Los truenos no cesaban de sonar, pero ambas los conocíamos muy bien; ya no nos sobresaltábamos. La poca luz que quedaba del día se iba apagando tras el cristal de la ventana, obligándome a concentrarme cada vez más en los libros, que exigían mi total atención.

Pero, de pronto, Pipa dio un brinco. “¿Qué te pasa, bonita?”. No contestaba. Cuando veía algo extraño, solía ladrar y reclamar mi atención; era una perra miedosa. Pero esta vez se quedó completamente quieta, mirando hacia la puerta con los ojos desorbitados. “¡Pipa!”, grité asustada. No se movía. Me acerqué hacia donde ella estaba, casi temblando. Notaba cómo el vello se erizaba sobre mi piel y el modo en el que los dientes chirriaban dentro de mi boca. Tenía que cogerla en brazos; se tranquilizaría y todo esto quedaría en un susto. Extendí mi mano derecha hacia su pequeña cabeza, que continuaba fija sobre su cuerpo tenso. ¡Zas! Sacó sus afilados colmillos, cubiertos de sangre, y me mordió con todas sus fuerzas. Mientras yo gritaba de dolor, ella continuaba contemplando la puerta, completamente absorta. Mi mano, que no cesaba de sangrar, me exigía salir de casa y buscar ayuda. Pero fui incapaz de acercarme a la puerta. Simplemente me quedé mirándola, aterrada, mientras sentía cómo la sangre iba inundando el suelo y mi tez se iba quedando cada vez más blanca. De pronto, noté dos pinchazos sobre el labio inferior. Pipa me miró, relajó los ojos, cerró la boca y destensó el cuerpo. Se quedó completamente dormida. El terrible dolor de mi mano se pasó a mi boca, no dejándome respirar. Algo estaba creciendo en ella. Algo que iba a cambiarme para siempre. Me agaché para tocar a Pipa. Tenía un mordisco tras la oreja. La puerta se abrió.

Candela Martín

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