jueves, 26 de noviembre de 2009

Ejercicio: "Un gesto ante el espejo". Asignatura: Prácticas de Escritura.

Es el momento. Nadie va a abrir la puerta; he sacado la llave del cerrojo de fuera para, posteriormente, insertarla en el de dentro y darle las tres vueltas que son capaces de prestarme la más absoluta intimidad. Sola ante la cama, la mesa de estudio, la incómoda silla, la estantería y el armario. Para las demás, es lo único que mi habitación esconde. Para mí, hay un mundo de secretos que sólo Él conoce. Empezando por el espejo.
“¿Está prohibido tener espejo?”, pregunté una vez. Desviando los ojos, me contestaron, una tras otra, que no. No es recomendable, no es correcto, no se debe… En definitiva, tenía que aprender a prescindir de él. O eso pretendían.
Pero mi hermana Rosario, la que más sintió mi partida, un día me sorprendió con un regalo envuelto en papel burbuja. “Un cuadro pintado por mí”, dijo al entrar. Una obra de arte sí era: reflejaba mi aspecto, mañana tras mañana, con una belleza que ningún otro espejo me había otorgado. Lo colgué en una de las puertas del armario, hacia dentro, cubierto por los abrigos de invierno. Nadie, desde la visita de Rosario, me volvió a preguntar por el cuadro. Esas cosas banales, aquí, no importan.

Abro de par en par el ropero. La puerta izquierda es pura, inmaculada, virgen y ajena a lo que ocurre enfrente. Sin embargo, no soy capaz de hacerlo sin ella custodiando, ofreciendo la seguridad de un confesionario con su cálida acogida. La derecha me espera. Es ahí donde se esconden mis sueños, mis ilusiones, la parte oculta de mi ser que aún no ha desaparecido. Algún día no necesitaré hacerlo, pero hoy lo tomo como algo necesario.
El reflejo en el cristal, con la luz del amanecer inundando mi costado, se me antoja hermoso. Una mujer joven, no demasiado alta, con la melena recogida en un moño y un camisón que alcanza los dedos de los pies, se presenta ante mí. Dulce y tierna, sin duda. Sin embargo, algo falla. Los ojos miran entristecidos, mostrando un azul grisáceo carente de brillo y muriendo entre las oscuras ojeras de la penitencia eterna.
Debo atreverme. Esa chica no puede quedarse así, siempre. Al menos, mientras su piel no haya insinuado arrugas, sus curvas sigan firmes y su rostro, radiante. Es ahora, no mañana.
Desabrocho los botones del camisón, uno a uno, comenzando por el del cuello. Los hombros, los pechos, endurecidos de la emoción, el ombligo, el pubis, las piernas, se descubren como los de una muchacha cualquiera, como ésa que tomó las riendas de su vida de otra forma.
Solos yo y mi pecado original. La confesión vendrá más tarde.
No puedo entretenerme. Debo practicar antes de que llamen, asustadas, a la puerta, a la hora del desayuno.

Veo cómo la mujer del reflejo empieza a hacer lo que yo tenía miedo de experimentar. Se aleja, con zancadas largas, sin dejar de mirarme, para colocarse apoyada en la pared. Puedo ver cómo su tórax se mueve, enérgicamente, arriba y abajo. Estoy nerviosa, y ella también. Sabemos lo que va a ocurrir. De pronto, sin yo esperarlo, empieza. Una pierna delante, luego la otra, y ya lo estamos haciendo. Movemos las caderas al compás, de un modo extraordinariamente sensual. Me sorprendo: lo he conseguido. Los pies, lentos, continúan acercándose al espejo, mientras nos contoneamos como cualquier buscona que no sepa lo que es el pecado. Nos estamos acercando. Ella y yo, aunque lentamente para prolongar el placer, estamos a punto de chocar. Y será entonces cuando el gesto que tanto he deseado venga acompañado de las palabras que necesito pronunciar. La sensación lujuriosa va en aumento y noto cómo yo misma me deseo. Él me está observando con el ceño fruncido, lo sé, pero ya hablaremos más tarde.
Sin apenas darme cuenta, ya estamos frente a frente; esa mujer de mundo reflejada en mí, ese yo reflejado en ella, desnudas, embadurnadas de erotismo, a punto de decirlo.
Se toca los senos como nunca había visto hacerlo a nadie, y yo también. Con su mano derecha se suelta el pelo; yo lo hago con la izquierda a la par. Ya llega, noto cómo las palabras se pelean por salir de nuestras bocas.
- Quiero follar con usted, Padre Damián.

Yo pensaba que no iba a ser tan directo. Que mediría mis impulsos, que Él me frenaría, que no sería capaz. Pero lo he dicho. Lo hemos dicho. La chica dura y yo. Y de una forma obscena, como lo haría cualquier prostituta que buscara sexo rápido sin sentimiento alguno.
Veo que la oscuridad de sus ojeras acrecienta. No deja de mirarme, pero la mujer fatal que parecía se desmorona, y yo igual. Se tapa el pecho y el pubis y, mientras a mí me empiezan a escocer los ojos, veo una lágrima sostenida en sus pestañas. No puede más; yo tampoco. Dejamos de mirarnos por un momento, pero cuando cojo con los dedos la cruz que me cuelga del cuello para besarla, veo de reojo que ella también lo está haciendo.
No he debido, no he debido, no he debido. Entono el mea culpa mientras, sin poner freno, lloro a caudales. ¿Cómo voy a confesar esto? Me he quedado sola ante el pecado. El reflejo se marchará cuando cierre el armario, seguirá con su vida de chica fácil, pero yo debo cumplir sus órdenes, día tras día, con esta suciedad. No podré confesárselo al Padre Damián, me tomará por loca, querrá que salga del convento y me convertiré en una más, llena de grasa de hombre, de placeres ateos, de mal, de mal, de mal…

Llaman a la puerta. Van a pillarme. Aunque haya cerrado por dentro, pueden abrir con el cerrojo de emergencia y descubrirme. Será la Madre Superiora, además, la que me vea en estas condiciones. No tengo excusa porque no me da tiempo a limpiar mi cuerpo y mi espíritu antes de que cruce el umbral.
Y así es. Está dentro, con su bata blanca, sus gafas de pasta y su bolígrafo en el bolsillo. Como siempre, intenta aparentar calma. Sabe que estoy condenada, que Él no me perdonará jamás. No sirve de nada que patalee, que esté gritando, que intente romper el cristal del espejo con la cabeza para que no lo vea. Ya me ha puesto la camisa, ha colocado el desayuno bajo mi lengua y me ha confesado con la mirada, aunque no sea el Padre Damián.

Candela Martín

3 comentarios:

  1. ¡¡Qué bueno Candi!! ¿De qué era el ejercicio exactamente? El texto está genial construido y aporta mucha intriga. También abre muchos interrogantes, el tema del espejo, el verte a ti misma, verte como si fueras otra persona, ser dos personas... Muy bueno.

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  2. pues mamá...quién a a ser..la pesada de tu madre3 de enero de 2010, 11:59

    éste me gusta mucho candeluchis

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  3. Oiga, sus profesores deben ser estupendos. Me encantaría conocerlos.

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