Candela Martín
lunes, 16 de febrero de 2015
Esta vez sí
Candela Martín
miércoles, 12 de enero de 2011
Secreto profesional
- Pase y desnúdese.
- Pero, señor doctor, lo que me duele es la garganta.
- Da igual, es un simple reconocimiento de optimización pulmonar. Saque la lengua y diga “Aaaahhh”.
- “Aaahhh”... ¿es grave?
- Eso es más bien un gemido sexual.
- ¿Disculpe, doctor?
- No, que noto que algo va mal. Necesita usted medicación, antibióticos.
- Oh, cielos.
- Necesita usted guardar cama.
- Ah, ¿sí? Es que me siento sola en mi cama, doctor. Hace frío.
- Bueno, seguro que tiene usted elementos materiales que le den calor y que sean más o menos del mismo valor. No sé, un peluche, una bolsa de agua caliente...
- Supongo que con una bolsa de agua caliente bastará. En fin, ¿alguna recomendación más?
- Sí. Tápese, que me está provocando.
- Disculpe, señor, no era mi intención. Creo que me ha mirado usted con malos ojos.
- Señorita, que soy un profesional.
- Y yo también. 150 el completo.
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Candela Martín
sábado, 10 de abril de 2010
Ejercicio: Efectos. Asignatura: Técnicas de la Inspiración.
Con la condición de que el texto no sólo hable de, sino que sea (cristalino, mullido, sibilante o atronador.
El ejercicio que he hecho (no digo el efecto, a ver si se adivina, que es la intención) es el siguiente:
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Aquel día cumplía dieciséis años, la edad que tenía la que le dio la vida cuando dio a luz a una niña bastarda, impura, extraña en una familia de arraigadas raíces de sangre, que nunca iba a aceptar que su legado se truncara.
Y entonces apareció él: frío como el hielo, con una mirada negra azabache y unos hombros desiguales, delicados como las hojas de bambú que creían a la orilla del riachuelo.
Sobre el agua transparente cayó una gota salada; la gota por la que los peces se olvidaron de nadar, de ser de agua dulce para perder su identidad; los nenúfares se desprendieron, huyendo libres hacia las orillas del estanque. Intentó buscarse en el reflejo de nuevo, por última vez, y a cada lágrima, su imagen se iba desvaneciendo, convirtiéndose en una masa sin forma en la que ese azul de sus ojos y el negro de su pelo se iban tiñendo del rojo impuro de su sangre.
Candela Martín
lunes, 5 de abril de 2010
Ejercicio: tono alto/tono bajo. Asignatura: Técnicas de la Inspiración.
Ejercicio: Tono
Propuesta: Tenéis que escribir dos textos breves, tratando el mismo material con dos tonos diferentes. Podéis elegir entre: El pan, Dios, la muerte o un mapa. Una vez que hayáis elegido un elemento entre esos cuatro, hacéis dos textos independientes tratándolo con cada uno de los tonos (por ejemplo Pan con tono alto y tono bajo o Mapa con tono alto y tono bajo). Cada uno de los textos puede tener un narrador diferente.
Llamamos habitualmente Tono a cada manera especial de modular el lenguaje para reflejar un estado de ánimo o una actitud: Tono amable, agresivo, comedido, irónico, grosero, pomposo, insolente, rimbombante, de súplica, despectivo, etc.
Pero también se llama Tono al grado o nivel de abstracción del discurso, grado de abstracción del lenguaje, nivel conceptual de las palabras. Un texto de Tono alto es aquel cuyo lenguaje contenga un alto grado de abstracción. Un texto de Tono bajo es todo lo contrario. Alto grado de abstracción es trabajar con lenguaje referido a abstracciones: ideas, conceptos, emociones, sentimientos, sensaciones, impresiones, etc. Bajo grado de abstracción es trabajar con lenguaje referido a concretos: objetos, acciones, características físicas, materia...
El ejercicio que yo he realizado ha sido sobre la muerte y es el siguiente:
TONO ALTO
No existo desde tu ausencia, no vivo desde la locura de tu inexistencia, no respiro desde la ausencia de existencia de tu vida. Porque tu vida ya no es tal, porque flotas como aquéllos que un día no importaban, y que hoy forman parte de lo mismo que tú, de lo que es y no es al mismo tiempo, de lo que se transforma, o no, porque es real o hipócrita como la paz que se marchó contigo. Sobre tu sepultura estas palabras para que siempre, o nunca, estés o no con los que no importaron, escuches o no el dolor de una madre, permanezcan con tu alma, tu cuerpo, o lo que aquel último suspiro dejara de ti aquella madrugada de marzo.
TONO BAJO
Manuela asaba con cautela las patatas para el guiso. Se preguntaba a sí misma si debía echar o no sal mientras daba vueltas a la cazuela con la cuchara. El perro ladró y Manuela dio un respingo, por lo que la cuchara salió disparada por la ventana. Al intentar asomarse para ver dónde había caído, empujó la cazuela, que cayó sobre el perro. El guiso estaba hirviendo. No había ningún centro veterinario cerca. Nunca más se escuchó a un perro ladrar en casa de Manuela.
Candela Martín
miércoles, 17 de febrero de 2010
Ejercicio: "Víctima de un accidente". Asignatura: Prácticas de escritura.

Vendas pegadas al pecho. ¿Cuándo era la reunión?
Candela Martín
martes, 16 de febrero de 2010
Ejercicio: "Un microrrelato que utilice las técnicas del género de terror". Asignatura: Lectura Crítica.
Pero, de pronto, Pipa dio un brinco. “¿Qué te pasa, bonita?”. No contestaba. Cuando veía algo extraño, solía ladrar y reclamar mi atención; era una perra miedosa. Pero esta vez se quedó completamente quieta, mirando hacia la puerta con los ojos desorbitados. “¡Pipa!”, grité asustada. No se movía. Me acerqué hacia donde ella estaba, casi temblando. Notaba cómo el vello se erizaba sobre mi piel y el modo en el que los dientes chirriaban dentro de mi boca. Tenía que cogerla en brazos; se tranquilizaría y todo esto quedaría en un susto. Extendí mi mano derecha hacia su pequeña cabeza, que continuaba fija sobre su cuerpo tenso. ¡Zas! Sacó sus afilados colmillos, cubiertos de sangre, y me mordió con todas sus fuerzas. Mientras yo gritaba de dolor, ella continuaba contemplando la puerta, completamente absorta. Mi mano, que no cesaba de sangrar, me exigía salir de casa y buscar ayuda. Pero fui incapaz de acercarme a la puerta. Simplemente me quedé mirándola, aterrada, mientras sentía cómo la sangre iba inundando el suelo y mi tez se iba quedando cada vez más blanca. De pronto, noté dos pinchazos sobre el labio inferior. Pipa me miró, relajó los ojos, cerró la boca y destensó el cuerpo. Se quedó completamente dormida. El terrible dolor de mi mano se pasó a mi boca, no dejándome respirar. Algo estaba creciendo en ella. Algo que iba a cambiarme para siempre. Me agaché para tocar a Pipa. Tenía un mordisco tras la oreja. La puerta se abrió.
Candela Martín
Ejercicio: "Cambio de ritmo". Asignatura: Técnicas de la Inspiración.

Candela Martín
Ejercicio: "Un trayecto en ascensor". Asignatura: Escritura
El hecho de que fueran números táctiles me resultaba demasiado tecnológico. No podía dejar de pensar, cada vez que subía y bajaba, que en cualquier momento de estropearía el sistema y me quedaría encerrada, sin poder marcar el número de emergencia puesto que a éste, también, se accedía a través de un pulsador táctil.
- ¿Sube?- dijo una voz. Sin mirarla (seguía muy atenta en los números de los pisos) asentí. Debíamos ir por la tercera planta cuando me di cuenta. No cabíamos bien. Mi cuello tuvo que girarse hacia el espejo debido a la falta de espacio y mi cuerpo se había quedado torcido. Repasé en menos de un segundo mi aspecto, sin prestarle demasiada atención, y pude verla. Una tripa de embarazada; posiblemente la más grande que había visto nunca. O, quizá, la única a la que había prestado algo de atención. Como en señal de protección, la mujer, de la que continuaba sin conocer el rostro, se acarició ese bulto extraño durante unos segundos. Fue entonces cuando me atreví a observar su cara. Los labios, muy rojos y sonrientes; los ojos, brillantes, dejando un rastro de tiernas patas de gallo sobre el rabillo. Volví la mirada hacia mí misma. Apagada. Fría. Vacía. Sola.
- Hasta luego.- dijo, de pronto, la misma voz de antes. Estábamos en el sexto. Ni siquiera me había fijado si había acariciado las teclas táctiles al entrar, como yo, o si se sentía incómoda por la extrema proximidad de nuestros cuerpos durante esos instantes. Se había marchado. Se habían marchado. Sin girarse para mirarme.
Candela Martín
Ejercicio: "Un instante y toda una vida". Asignatura: Técnicas de la Inspiración
Cuando me quise dar cuenta, ya no había vuelta atrás. Mi ceño se frunció, mi puño se apretó, sangrando la línea de la vida de mi mano con las uñas. ¿O era la línea del amor?

No sentí dolor. Es un cuento que ardan los nudillos nada más hacerlo. Simplemente, no pude quitar la vista de encima a aquel cuerpo que todavía palpitaba, mientras mi piel seguía cubriéndose de rojo. Sabía que su corazón latía. Su pecho, aquél que había deseado suciamente durante tanto tiempo y que nunca me fue entregado, bombeaba vida, una vida que se escapaba entre mi mirada incrédula y cobarde. Pero Laura no lo era. No lo fue cuando gritó, ni cuando recibió el golpe. Tampoco quiso serlo cuando se abandonó para, a su vez, abandonarme a mí, en la más absoluta soledad y valentía.
Yo nunca pude dejar de serlo. Ni siquiera cuando, aun sabiendo que todavía vivía, abrí la puerta como si aquello hubiera sido un mal sueño. Cuando cerré la esperanza de ser feliz junto a ella, aunque sólo fuera por un instante, hasta que mi libertad se esfumara para siempre.
Margarita está en el infierno. Al menos, para ellos. Y eso que tuvo los doce hijos que Dios había dispuesto. Que había sido capaz de llegar virgen al matrimonio, de hacer apostolado, de dar felicidad a su marido en la cama y en el plato, y de ganarse el cielo en cada misa. Pero aquella soga fue más fuerte que todo lo que el Señor quiso saber de ella hasta el momento en el que decidió rendirse.
Candela Martín
jueves, 26 de noviembre de 2009
Ejercicio: "Un gesto ante el espejo". Asignatura: Prácticas de Escritura.
Es el momento. Nadie va a abrir la puerta; he sacado la llave del cerrojo de fuera para, posteriormente, insertarla en el de dentro y darle las tres vueltas que son capaces de prestarme la más absoluta intimidad. Sola ante la cama, la mesa de estudio, la incómoda silla, la estantería y el armario. Para las demás, es lo único que mi habitación esconde. Para mí, hay un mundo de secretos que sólo Él conoce. Empezando por el espejo.
“¿Está prohibido tener espejo?”, pregunté una vez. Desviando los ojos, me contestaron, una tras otra, que no. No es recomendable, no es correcto, no se debe… En definitiva, tenía que aprender a prescindir de él. O eso pretendían.
Pero mi hermana Rosario, la que más sintió mi partida, un día me sorprendió con un regalo envuelto en papel burbuja. “Un cuadro pintado por mí”, dijo al entrar. Una obra de arte sí era: reflejaba mi aspecto, mañana tras mañana, con una belleza que ningún otro espejo me había otorgado. Lo colgué en una de las puertas del armario, hacia dentro, cubierto por los abrigos de invierno. Nadie, desde la visita de Rosario, me volvió a preguntar por el cuadro. Esas cosas banales, aquí, no importan.
Abro de par en par el ropero. La puerta izquierda es pura, inmaculada, virgen y ajena a lo que ocurre enfrente. Sin embargo, no soy capaz de hacerlo sin ella custodiando, ofreciendo la seguridad de un confesionario con su cálida acogida. La derecha me espera. Es ahí donde se esconden mis sueños, mis ilusiones, la parte oculta de mi ser que aún no ha desaparecido. Algún día no necesitaré hacerlo, pero hoy lo tomo como algo necesario.
El reflejo en el cristal, con la luz del amanecer inundando mi costado, se me antoja hermoso. Una mujer joven, no demasiado alta, con la melena recogida en un moño y un camisón que alcanza los dedos de los pies, se presenta ante mí. Dulce y tierna, sin duda. Sin embargo, algo falla. Los ojos miran entristecidos, mostrando un azul grisáceo carente de brillo y muriendo entre las oscuras ojeras de la penitencia eterna.
Debo atreverme. Esa chica no puede quedarse así, siempre. Al menos, mientras su piel no haya insinuado arrugas, sus curvas sigan firmes y su rostro, radiante. Es ahora, no mañana.
Desabrocho los botones del camisón, uno a uno, comenzando por el del cuello. Los hombros, los pechos, endurecidos de la emoción, el ombligo, el pubis, las piernas, se descubren como los de una muchacha cualquiera, como ésa que tomó las riendas de su vida de otra forma.
Solos yo y mi pecado original. La confesión vendrá más tarde.
No puedo entretenerme. Debo practicar antes de que llamen, asustadas, a la puerta, a la hora del desayuno.
Veo cómo la mujer del reflejo empieza a hacer lo que yo tenía miedo de experimentar. Se aleja, con zancadas largas, sin dejar de mirarme, para colocarse apoyada en la pared. Puedo ver cómo su tórax se mueve, enérgicamente, arriba y abajo. Estoy nerviosa, y ella también. Sabemos lo que va a ocurrir. De pronto, sin yo esperarlo, empieza. Una pierna delante, luego la otra, y ya lo estamos haciendo. Movemos las caderas al compás, de un modo extraordinariamente sensual. Me sorprendo: lo he conseguido. Los pies, lentos, continúan acercándose al espejo, mientras nos contoneamos como cualquier buscona que no sepa lo que es el pecado. Nos estamos acercando. Ella y yo, aunque lentamente para prolongar el placer, estamos a punto de chocar. Y será entonces cuando el gesto que tanto he deseado venga acompañado de las palabras que necesito pronunciar. La sensación lujuriosa va en aumento y noto cómo yo misma me deseo. Él me está observando con el ceño fruncido, lo sé, pero ya hablaremos más tarde.
Sin apenas darme cuenta, ya estamos frente a frente; esa mujer de mundo reflejada en mí, ese yo reflejado en ella, desnudas, embadurnadas de erotismo, a punto de decirlo.
Se toca los senos como nunca había visto hacerlo a nadie, y yo también. Con su mano derecha se suelta el pelo; yo lo hago con la izquierda a la par. Ya llega, noto cómo las palabras se pelean por salir de nuestras bocas.
- Quiero follar con usted, Padre Damián.
Yo pensaba que no iba a ser tan directo. Que mediría mis impulsos, que Él me frenaría, que no sería capaz. Pero lo he dicho. Lo hemos dicho. La chica dura y yo. Y de una forma obscena, como lo haría cualquier prostituta que buscara sexo rápido sin sentimiento alguno.
Veo que la oscuridad de sus ojeras acrecienta. No deja de mirarme, pero la mujer fatal que parecía se desmorona, y yo igual. Se tapa el pecho y el pubis y, mientras a mí me empiezan a escocer los ojos, veo una lágrima sostenida en sus pestañas. No puede más; yo tampoco. Dejamos de mirarnos por un momento, pero cuando cojo con los dedos la cruz que me cuelga del cuello para besarla, veo de reojo que ella también lo está haciendo.
No he debido, no he debido, no he debido. Entono el mea culpa mientras, sin poner freno, lloro a caudales. ¿Cómo voy a confesar esto? Me he quedado sola ante el pecado. El reflejo se marchará cuando cierre el armario, seguirá con su vida de chica fácil, pero yo debo cumplir sus órdenes, día tras día, con esta suciedad. No podré confesárselo al Padre Damián, me tomará por loca, querrá que salga del convento y me convertiré en una más, llena de grasa de hombre, de placeres ateos, de mal, de mal, de mal…
Llaman a la puerta. Van a pillarme. Aunque haya cerrado por dentro, pueden abrir con el cerrojo de emergencia y descubrirme. Será la Madre Superiora, además, la que me vea en estas condiciones. No tengo excusa porque no me da tiempo a limpiar mi cuerpo y mi espíritu antes de que cruce el umbral.
Y así es. Está dentro, con su bata blanca, sus gafas de pasta y su bolígrafo en el bolsillo. Como siempre, intenta aparentar calma. Sabe que estoy condenada, que Él no me perdonará jamás. No sirve de nada que patalee, que esté gritando, que intente romper el cristal del espejo con la cabeza para que no lo vea. Ya me ha puesto la camisa, ha colocado el desayuno bajo mi lengua y me ha confesado con la mirada, aunque no sea el Padre Damián.
Candela Martín