martes, 17 de noviembre de 2009

'Cuando cierre los ojos'. Asignatura: Prácticas de Escritura. Ejercicio en clase: un sueño mientras sucede (1 hora)



Sólo tiene que cruzar la calle. No importa si él ha decidido hacer los votos. Ni siquiera es relevante que ya viva en el convento.
- No lo hagas, Aurora.- dice Sonsoles.
Pero ella está muy segura de sí misma. Todos los muchachos del barrio admiran sus curvas adolescentes y lo sabe. Antonio no va a ser diferente.
Sale corriendo.


“Me duele la cabeza. ¿Por qué está tan oscuro? El corazón me late muy deprisa; demasiado para estar tumbada. ¿Qué hora es? Las 3.00 AM. Qué lujo, estos relojes tan modernos. De noche y poderlos ver. ¡Ay! Mi cabeza.”


Sonsoles no puede hacer nada. Su amiga ya está tirada en la carretera, con la cabeza envuelta en ese líquido rojo oscuro que se ve en los frascos de los hospitales. Pero, ¿dónde está el coche?
- ¡Ayuda!

“Con este sudor en la frente no puedo dormir. Debería encender el aire acondicionado. ¡Ay!, ¿por qué no puedo levantarme? No entiendo nada, ¿qué son estas cintas que cubren mi cuerpo? No me lo puedo creer…”

- Hija, háblame, por favor.- la madre de Aurora, entre sollozos, acompaña al enfermero en la ambulancia.
- Ya llegamos.- afirma el conductor.
Por error, se vierte la botella de suero fisiológico sobre el cuerpo de la joven.

“Ya es tarde para ir al baño. No sé quién habrá hecho esto, pero lo va a pagar. ¡Pañales! ¿Qué se creen que soy? ¿Un bebé? Intolerable.”

Los médicos arrastran la camilla como chiquillos con un monopatín. La madre pretende seguirles, pero alguna voz autoritaria se lo prohíbe. Se cierran las puertas del ascensor, con su hija dentro.

“Todo da vueltas. Necesito mi medicina para el mareo; ¡la necesito ya! Creo que voy a vomitar. No, de eso nada. Aguanta, Aurora, aguanta. Ya te enterarás de quién te ha encerrado aquí. ¿Por qué parece que estoy en una noria? Duerme y se pasará.”

- Necesito saber qué le van a hacer. Es sólo una cría y nunca ha estado en un hospital; estará asustada. Por favor, dígame dónde se la llevan.- suplica la mujer, angustiada, al responsable de la recepción del centro.
- Acompáñeme.- oye decir a uno de los doctores, quien la toma del brazo. – Su hija ha sufrido un fuerte impacto cráneo-encefálico.- afirma.
La camilla entra en quirófano, con Aurora desnuda sobre el helado material transparente.

“Bueno, lo que faltaba: ahora hacer frío. Calor, frío, calor, frío… ¡calor, frío, calor…! Mis hijos no pueden haberme metido aquí. No ellos. ¿O él?”

- Cariño, reina de mi alma, qué alegría.- exclama la madre.
Aurora tiene la cabeza vendada, con sólo una ranura para poder ver a la altura de los ojos. Su cuerpo, cubierto por una fina sábana blanca.
- Mi niña, mi ángel.- continúa la mujer. - ¿Dime, qué recuerdas?

“Me pesan las pestañas, pero lo estoy viendo. Es él, no hay duda. Mi Antonio ha venido a rescatarme. Será él quien me explique el por qué de todo esto, quien me tome de la mano y quien, más tarde, me pica matrimonio. ‘Esto de ser cura no me convence’, dirá el pillo. Y seremos felices, por siempre jamás, como en las películas de amor.”

Al salir de misa, Rodrigo volvió a casa. Todo sería como siempre: su madre le confundiría con un tal Antonio, se negaría a desayunar y no se acordaría de nada. Así es el alzheimer. Con suerte, la pobre marchará pronto con El Señor. Con suerte…
No se quitó la sotana, por dar una alegría a la anciana, y acarició su blanca cabellera, con ánimo de despertarla: iban a dar las 12.
- Buenos días, Madre.- pronunció el hombre, como cada mañana. – Dime, ¿hoy has soñado?
Una afirmación asentida por esa barbilla arrugada le dio la respuesta.
- Y, dime.- continuó.- ¿Qué recuerdas?
Pero la jeringuilla (la de hoy, al fin, sí) ya había cerrado sus ojos.

Candela Martín

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