jueves, 26 de noviembre de 2009

Ejercicio: un sueño mientras sucede, el despertar del personaje y vestirse a oscuras. Asignaura: Prácticas de Escritura




Joaquín, Arturo y Mola bailan reggaeton. La música retumba en mis oídos. Sale de los bafles de mi derecha, que vibran. Pum, pum, pum. “Papi, dame lo que quiero”. Y me muevo. “Papi, dame lo que quiero”. Un sorbo. Amargo en la lengua, pero me pone más pedo todavía. “¡Te quiero, tío!”, Mola me abraza. Saltamos. La música sigue sonando, alta, me ensordece, pero no paro de moverme. He bebido mucho. Me duele la cabeza. “¡No pares!”, Joaquín. Sólo veo sus ojos, rojos del humo del tabaco. Toso. Necesito salir. “Espera, que te están mirando las nenas”, Arturo. Un grupo de chicas rubias me observan. Voy pedo, bailo muy bien y me subo a la barra. “Papi, dame lo que quiero”. Se me cae la copa, pero no importa, porque… qué pedo. “¡Baila, baila, baila!”, gritan las rubias. Son todas iguales, las tres. Vestido rojo, un escote que te mueres. Qué pivas, troncos. Bailo y bailo, me muevo y me muevo, porque el whisky está dentro de mí. Nena, nadie como tú. Ella es una. Es morena. No tiene vestido rojo, lleva vaqueros y una camiseta blanca. No tiene las tetas grandes. Coño, qué miedo. Qué pedo voy. No me eches la bronca, amor, no he hecho nada, sólo me he subido a la barra a bailar. ¿Con quién te has liado? Con nadie, con nadie, cielo, te amo, sólo a ti. Ella ya está morreándose con otro. Hijo de la gran puta. ¡Hijo de puta! Pero no puedo darle una hostia ahora, está mi jefe mirando y el café de la máquina de la oficina arde. Sigo pedo, cojones, y son las 8 de la mañana ya. Don Mariano, ahora le entrego los documentos. Espere un momento. En el baño está ese cabrón. María ya no está con él, está esperándome en la cama del hotel, el hotel al que vamos cuando salimos de fiesta. Ya vuelvo, Don Mariano. Ahí está, en el baño de la discoteca. Hay humo y no veo, pero lanzo mi puño al aire. No le doy. Está detrás de mí. En el espejo, el reflejo de María. “Papi, dame lo que quiero”. “Te quiero, tío”. Me derraman una copa encima. Arturo, pega a ése, que se estaba pimplando a mi piva el cabronazo. Qué dolor de cabeza, joder. Me hierve el cuerpo. El café de la máquina. Don Mariano. ¡Joaquín!

Las piernas están dormidas. Los brazos me dan pinchazos, y la cabeza me estalla. Qué sensación… uf, puta resaca. ¿Dónde estoy? Tengo que encender la luz. La lámpara no está a la izquierda. ¡Coño! Un cuerpo a mi derecha. Mierda… seguro que he vuelto a este puñetero hotel, caro de cojones, con María. Hasta que tengamos pasta para comprarnos una casa… A ver, la luz. Tengo que atravesar el cuerpo. ¡Ay! ¿Y esta pechuga? Mari, estás comiendo bien, ¿eh, guapa? Vamos a ver… que ya llego, ya… estiro el brazo un poco más… ahí, interruptor.
- ¡Hostia!
No es María. Sólo veo una cabellera rubia y un par de melones del tamaño de Marte. Pero bueno… ay, mi cabeza. Voy a darle un golpecito, a ver qué pasa. Debo estar soñando todavía.
¡El cuerpo se mueve! Ay, madre, que esto es real. Que es una piva en bolas en mi cama. Pero… no es mi cama. ¿Dónde cojones estoy?
- En la calle Puentelarra, 5.- dice la tía de las tetas.
Joder, joder, joder… esta vez la he cagado, y bien. No recuerdo nada de anoche, pero la he debido liar parda. María me va a matar. Bueno, no me va a matar porque no se va a enterar. Por cierto, ¿qué hora es?
¡Me cago en…! ¡Las ocho y media! Mierda… ya sabía yo que no era buena idea salir un jueves. Cabrones, ¿dónde estáis? Me la habéis jugado… siempre diciendo que me controléis, que el alcohol me deja to loco, y nada… Hijos de puta. Me tengo que ir ya. Don Mariano va a matarme, hostia.
- Buenos días, mi vida.- continúa hablando el par de melones. ¿Mi vida? ¿Pero qué dice esta gilipollas? Me voy a levantar de la cama, a ver si se pispa de una vez de que no me acuerdo de por qué estoy con ella ni me importa.

Pero la ropa no está tirada apasionadamente por el suelo, como debería ocurrir tras una noche de lujuria. Tampoco colocada sobre la silla, ni sobre la mesa. La habitación me resulta familiar. No es la resaca… yo he estado aquí antes.
- Aquí tienes, amor mío.- vuelve a salir de la boca desconocida. Me doy la vuelta y allí está ella, con su pecho protuberante, sacando mi traje de la oficina perfectamente planchada, directamente del armario. Un armario sobre el que cuelgan algunos de mis diplomas: Certificate of Proficiency in English, Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid, Nivel Avanzado en Vela y Piragüismo… pero, ¿es esto una broma?

Cuando me quiero dar cuenta, la rubia se ha vuelto a meter en la cama y ha apagado la luz. ¿Qué es esto? No quiero volver a encenderla, no sea que lo que he visto y oído sea real… ¿Dónde está María?

Los pantalones, la camisa y la chaqueta, suaves y perfumados, sobre mis manos. Ella los ha dejado ahí antes de dormirse de nuevo. ¿Cuánto tiempo ha pasado? No lo sé. Coño, el reloj. Las ocho cincuenta y tres. Es la peor resaca de mi vida, desde luego.
A oscuras, coloco suavemente la chaqueta y la camisa sobre la cama, acaparando sólo los pantalones. Desabrocho el botón (¿desde cuándo María abrocha los botones después de planchar? Si es que alguna vez planchó…), me agacho y meto una pierna, muy despacio, procurando no perder el equilibrio. La otra, y los subo. Cierro la bragueta. Me aprietan un poco. Debo tener el estómago lleno de líquido aún. Tanteo el borde de la cama, donde dejé el resto de la ropa, y repito la misma operación. De nuevo, los botones de la camisa, cuidadosamente abrochados. La chaqueta, con un aterciopelado tacto… da gusto sentirla. No recuerdo haberla llevado al tinte.

Como si conociera el lugar donde estaba (¿lo conozco?), camino por el pasillo, desemboco en el salón y cojo mi cartera, situada en el mueble de la entrada junto a otra de color blanco. No puedo evitarlo. Abro la ajena, delicadamente, e inspecciono lo que guarda su interior. Debe ser un mal sueño. En el DNI (lo único que me interesa conocer), la foto de la rubia tetuda. De nombre, Sandra Jiménez López. No es morena. No es María. Pero es ella.
Unos pasos.
- Cariño, quedamos para comer. He hablado con éstos. Creo que hay algo que tienes que contarme.

Candela Martín

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